Alejandro Magno, quien comenzó a reinar a los 16 años, no solo fue un rey de Macedonia; fue un conquistador legendario que expandió su imperio hasta Grecia, Egipto y Persia. Su legado fue la difusión de la cultura griega, conocida como helenismo, que transformó la vida de muchas personas en esos territorios. Sin embargo, tras su muerte a los 32 años, sus generales, conocidos como los Diádocos, lucharon ferozmente por su vasto dominio. Ptolomeo se quedó con Egipto y Seleuco tomó Siria. A pesar de estas tensiones, al principio, ambos gobernantes respetaron la religión judía. Antíoco III, uno de los reyes más notables, se ganó el respeto de los judíos al permitirles practicar sus tradiciones sin problemas. Pero todo cambió con su hijo, Antíoco IV, quien prohibió las costumbres judías y trajo la opresión. En medio de esta adversidad, Matitiahu, un valiente cohen gadol, lideró la rebelión. Su hijo, Yehuda, demostró astucia en la batalla de Emaús, donde, con solo 6,000 hombres, logró derrotar a un ejército griego de 40,000 utilizando estrategias inteligentes. La valentía de los Macabeos liberó el templo de Jerusalén, donde encontraron un poco de aceite puro que milagrosamente duró ocho días. Este milagro es lo que celebramos en Janucá, un recordatorio de resistencia y esperanza.